(Extracto de reflexión dominical del padre Rogelio Narváez Martínez).
Así como el  oro se depura, así también yo he de ser purificado y santificado para poder  servir a Dios. Y aquí, tengo que considerar el despojarme de aquello que me  sobra, que me daña o que daña a los demás. 
Lo que impide  mi vida cristiana no es lo que me falta sino lo que me sobra: egoísmo,  autosuficiencia, materialismo, competencias, orgullo y soberbia. Hablar de  conversión es hablar del desprendimiento total. 
Solamente se brilla cuando se arde, solamente ilumino cuando me  consumo.  Y es aquí en donde tengo  que asimilar que debo aprender a pagar el costo de ser luz y no tenerle miedo a  desgastarme, sabiendo que será la única manera de que sea útil a los  demás.
 El  don es el iluminar, el que brille, el que sea útil; la tarea es el arder, el  consumirme, el dar la vida.
La conversión es necesaria, ya que nunca estamos donde el Señor está... Si tú y yo no amamos al prójimo como Jesús lo ama, ¡necesitamos conversión! Si tú y yo no vemos al prójimo como Jesús lo ve, ¡necesitamos conversión! Si tú y yo no tratamos al prójimo como Jesús lo trataría, ¡necesitamos conversión!
Que Dios y María Santísima te bendigan.     Mary y  Jaime.