miércoles, 12 de junio de 2019

Dios es misericordioso.

Del Muro del padre Juan José Martínez Segovia: Querida Familia de Dios.-

Es maravilloso el gran amor con el que nuestro Señor se dirige, especialmente, a los pecadores. En todos los pasajes en los que se nos habla del encuentro con ellos, siempre predomina el gesto misericordioso, la palabra fortalecedora, el claro envío a iniciar una nueva vida en la fe, invitando a dejar atrás todo lo que haya sido ocasión de ruptura.

Cuántas enseñanzas obtenemos al meditar estos episodios, principalmente al darnos cuenta que, por más grande que sea nuestro pecado, mucho más grande es la misericordia y el amor que Él nos tiene.

Él puede perdonar y perdona, pero siempre será necesario que exista disposición de nuestra parte para que Él pueda realizar su obra de amor en nuestra vida.

En muchas ocasiones, nos encontramos con un sinfín de prejuicios absurdos que, lejos de acercarnos a Dios, nos hacen vivir temerosos, sin deseo alguno de recurrir a su amor, porque nos ponemos a pensar en todos los "no" que la sociedad, o la misma gente que asiste con frecuencia a la Iglesia, nos presentan.

Cristo es el Señor del SI eterno. Él siempre nos muestra infinidad de posibilidades para que no encontremos excusa alguna y podamos dejarnos abrazar por su amor.

¿Te imaginas que hubiera pasado si los hombres y mujeres que se acercaron a Jesús para obtener su sanación, su liberación, el perdón de sus pecados, en una frase: la vida nueva, se hubieran dejado amedrentar por quienes hablaban superficialmente?

Se hubieran perdido de todo ese caudal de gracias que tiene reservadas para quienes hemos sido salvados por su entrega amorosa en la cruz.

Ahora conviene preguntarnos: ¿Nos acercamos decididamente a Jesús para obtener su gracia? O ¿somos de los que nos dejamos llevar por lo que dicen los demás y nos quedamos alejados, criticando a quienes sí son valientes y humildes, y saben reconocer que solo en Jesús encontraremos la vida eterna?

Aprendamos de aquella mujer que, con humildad y decisión, derramando lágrimas de arrepentimiento, enjugó los pies de Jesús y recibió de Él la anhelada oportunidad que todos buscamos: empezar una vida nueva en la gracia de Dios.

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