martes, 4 de julio de 2017

NO TENGAN MIEDO.

RUIDO...   MIEDO...   SOLEDAD...

(Extracto de la reflexión dominical del padre Rogelio Narváez Martínez, correspondiente al 19 de junio de 2005)Se venden seguros para los coches, para la vivienda, de gastos médicos, para tu negocio, para los estudios, para el viaje, etc...   Pero, hay algo que nuestra sociedad no ha logrado ni logrará asegurarnos: la paz y la tranquilidad interior.    Los cristianos, a semejanza con todos, no sabemos lo que vendrá, pero, a diferencia de todos, sí sabemos quién viene. Aquel que posee la certeza sobre la última hora de la vida no tiene por qué temerle al minuto próximo.

¿Sabías tú que de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, junto con otras alteraciones del cuerpo, la enfermedad que más está afectando a los hombres de este naciente tercer milenio es la depresión? ¿Sabías tú que de acuerdo a la Comisión Pontificia de la Salud en el encuentro realizado el 30 de Noviembre del ya pasado 2003 el hombre de este siglo XXI ha sido definido como el "Homo Pavidus", el hombre atemorizado?   El cristiano es invitado por Cristo a ser impertérrito. Es decir, impávido, valiente y audaz en todo tipo de situaciones.

Carl Gustav Jung menciona que el hombre de hoy le tiene miedo al silencio: "Quien tiene miedo busca el ruido y el bullicio que ahuyenta los demonios (los medios primitivos adecuados son los gritos, la radio, la televisión, la música, los tambores, los fuegos artificiales, las campanas, etc...) El ruido inspira seguridad, como hallarse en medio de una multitud, nos protege de las reflexiones dolorosas, disipa los sueños de ansiedad, nos asegura que estamos todos juntos, que causamos tal barahúnda que nadie se atreverá a atacarnos. El alboroto es tan inmediato, tan avasalladoramente real, que todo lo demás queda relegado al estado de un pálido fantasma. Nos exime de todo esfuerzo, pues el aire mismo retumba al impacto de nuestra invencible manifestación de vida".

"En la soledad, el temor me haría reflexionar, y es difícil prever todo aquello de lo que podríamos tomar conciencia. La mayoría de la gente tiene miedo al silencio; de ahí que cuando cesa el ruido constante de una discusión, por ejemplo, hay que hacer algo, decir algo, silbar, cantar, toser o murmurar. La necesidad de ruido resulta casi insaciable, aun si a veces la barahúnda llega a hacerse intolerable. Aun así, es mejor que nada. En el tan traído y llevado "silencio sepulcral", se respira una atmósfera siniestra. ¿Por qué? ¿Es que rondan por allí los fantasmas? En absoluto. A lo que realmente tememos es a lo que pueda surgir de nuestro interior, es decir, lo que el ruido ha suprimido".

¿A qué le tenemos miedo? Una de las grandes angustias del hombre actual radica en el experimentarse sólo, "espantosamente sólo ante la nada", como lo decía López Ibor.  También le tenemos miedo al enfrentarnos con la noche. Preferimos la luz del día, en donde las cosas no nos cuestan tanto esfuerzo. Los ojos no necesitan agudizarse para percibir los movimientos, ni los colores, ni las formas de las personas y de los objetos.   La noche entraña una virtud, que pocos conocemos: la noche nos sensibiliza, así la noche cronológica como la noche espiritual.     En la noche de las dificultades surge el brillo de la fe y la esperanza. Nosotros hemos aprendido que Dios no quiere el dolor, ni la muerte, ni la enfermedad, ni la soledad, ni el abandono, y tan es así que no lo quiere, que aquello que nos hace sufrir a nosotros, a ti y a mí, fue lo mismo que hizo sufrir a Cristo.                                                                                                           ¡No tengan miedo!, nos dice el Señor.

El Evangelio nos invita a superar nuestros miedos y temores teniendo presente que Dios es ese Padre bueno que cuida de cada una de las aves del cielo, en la conciencia de que uno sólo de nosotros somos más importante para Él que todas las aves del mundo.

(Extracto de la reflexión dominical del padre Rogelio Narváez Martínez, correspondiente al 19 de junio de 2005).

 

Que Dios y María Santísima te bendigan.   Mary y Jaime.

 

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