miércoles, 14 de marzo de 2012

ESOS LOCOS CORREDORES.

ESOS LOCOS CORREDORES

Yo los conozco, los he visto muchas veces, son raros. Algunos salen temprano en la mañana, se empeñan en ganarle al sol. Otros corren al mediodía y otros en la tarde; intentan que no los atropelle un camión. Están locos.

 

En verano corren, trotan, transpiran, se deshidratan y finalmente se cansan. En invierno se tapan, se abrigan, se quejan, se enfrían, se resfrían y dejan que la lluvia les moje la cara. Yo los he visto; pasan entre los árboles, trepan cuestas empedradas, trotan en  tierra, en césped y a orillas de una carretera. Esquivan olas en la playa, cruzan puentes de madera, pisan hojas secas, suben cerros, saltan charcos, atraviesan parques, se molestan con los autos; huyen de un perro y corren y corren. Están mal de la cabeza..

 

Escuchan música que acompaña el ritmo de sus piernas; oyen sus latidos y su propia respiración; miran hacia delante, ven sus pies; huelen el viento, la brisa que salió de los naranjos; respiran el aire que llega de los pinos; y casi se detienen cuando pasan frente a los jazmines. Yo los he visto. Están locos.

 

Usan tenis de marca, transpiran camisetas, y miden una y otra vez su propio tiempo. Están tratando de ganarle a alguien. Trotan con el cuerpo flojo, pasan a la del perro blanco, buscan una llave para refrescarse, y siguen. Se inscriben en todas las carreras, pero no ganan ninguna. Empiezan a correrla la noche anterior; sueñan que trotan; y en la mañana se levantan como niños en Día de Reyes. Están mal de la cabeza..

 

 

El día anterior a la competencia preparan su ropa que descansa sobre una silla; comen pastas, y no toman alcohol, pero se premian con descaro y con asado apenas termina la carrera. No están bien.

 

Se anotan en carreras de cinco o diez kilómetros; de quince o veintiún kilómetros, o en un maratón.  Antes de empezar, saben que no podrán ganar. Estrenan ansiedad en cada salida, y unos minutos antes de la competencia necesitan ir al baño. Están mal de la cabeza.

 

Ajustan su cronómetro y tratan de ubicar a los cuatro o cinco a los que hay que ganarles. Vencer a uno solo de ellos será suficiente para dormir en la noche con una sonrisa. Disfrutan cuando pasan a otro corredor, pero lo alientan, le dicen que falta poco y le piden que no afloje. Preguntan por el puesto de hidratación y se enojan porque no aparece. Están locos.

 

Se quejan del sol, de la lluvia, de la humedad y del calor; ellos saben que allí cerca está la sombra de un sauce o el resguardo de cualquier árbol. Tienen todas las excusas para el momento en que llegan a la meta: El viento en contra, no corría una gota de aire, el calzado nuevo, el circuito mal medido, los que  no te dejan pasar, la fiesta de anoche, la llaga en el pie derecho, la rodilla que me volvió a traicionar, arranqué demasiado rápido, no dieron agua. Están mal de la cabeza.

 

Disfrutan correr; y cuando llegan a la meta, levantan los brazos, porque dicen que lo han conseguido, que ganaron, aunque hayan llegado después de mil participantes. Pero insisten en que volvieron a ganar. Son raros, yo los conozco.

 

Les tiemblan las manos cuando se pinchan la ropa al colocarse el número.  Los he visto pasar; les duelen las piernas, se acalambran, les cuesta respirar, tienen dolores, pero siguen. Están locos.

 

A medida que avanzan en la carrera, los músculos sufren más y más, la cara se les desfigura, la transpiración corre por sus caras, y dos kilómetros antes de la llegada, comienzan a preguntarse qué están haciendo allí. Están locos, yo los conozco bien.

 

Cuando llegan, abrazan a su cónyuge. Los esperan sus hijos y hasta algún nieto; alguien les grita solidariamente cuando atraviesan la meta. Apenas llegan toman agua y se mojan la cabeza, se tiran en el pasto, pero se paran enseguida para saludar a los que llegaron antes. Se vuelven a tirar, y otra vez se paran porque van a saludar a los que llegan después que ellos. Están mal de la cabeza, yo los conozco.

 

Intentan tirar una pared con las dos manos, suben su pierna desde el tobillo, abrazan a otro loco que llega más transpirado que ellos. Los he visto muchas veces. Están locos.

 

Miran con cariño y sin lástima al que llega diez minutos después, respetan al último y al penúltimo lugar. Disfrutan de los aplausos aunque vengan cerrando la marcha ganándole solamente a la ambulancia o al tipo de la moto. Se agrupan por equipos y viajan 200 kilómetros para participar en 10 K. Compran todas las fotos que les sacan y no advierten que son iguales a las de la carrera anterior.

 

Cuelgan sus medallas en lugares de la casa en que la visita pueda verlas: Dos días después de la carrera ya están temprano saltando charcos, subiendo cordones, braceando rítmicamente, saludando a ciclistas, golpeando las palmas de las manos de los colegas que se cruzan. Están locos, yo los conozco.

 

Dicen que al correr hacen planes, piensan, meditan, proyectan y hasta rezan. Yo los he visto. Algunos sólo caminan cuando nadie los mira, repentinamente se animan y trotan. Están mal de la cabeza.

 

Al terminar la competencia, se estiran, se miran, giran, respiran, suspiran y se tiran. Están locos, yo los conozco.  No los entiendo.

 

Dicen que desde que corren su vida ha cambiado para bien. Comentan que el deporte es vida y salud, que se sienten realizados, felices; sanos y vigorosos, con ganas de vivir apasionadamente. No los entiendo. ¡Esos locos corredores!

 

 Que Dios y María Santísima te bendigan.     Mary y Jaime.

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