viernes, 19 de junio de 2015

LA MUERTE NO ES EL FINAL.

LA MUERTE NO ES EL FINAL

(Extracto de reflexión dominical del padre Rogelio Narváez Martínez)

La muerte para los cristianos no es algo que nos sucede sino Alguien que sale a nuestro encuentro.

En Cristo, hemos comprendido que la muerte no es el término del existir sino que se convierte en el paso, en la entrada y la liberación. La muerte es la salida de una condición y de un estado esclavizante para poder entrar en una situación de plenitud y de victoria.

Diría Santa Teresa de Ávila, que la muerte es solamente nuestra salida de una estancia de segunda para ingresar a la posada de la eternidad. La muerte, refiere, debe ser contemplada como esa alegría que obtenemos al dejar el hospital, aún con la nostalgia de los médicos y el recuerdo de las enfermeras con los que nos hemos familiarizado en el trato de la caridad.

¿No te has dado cuenta? Para los cristianos la muerte no puede ser un camino cortado sino una meta alcanzada.    Las lágrimas, no obstante, no desaparecen tan fácilmente de nuestros ojos, resulta adecuado recordar que san Juan nos presenta a Jesús llorando cuando Lázaro murió, el Señor llora por el amigo y la gente mencionaba: ¡Mira cuánto le amaba!   Cristo nos ha mostrado que las lágrimas pueden ser sagradas. Nuestras lágrimas nunca constituirán un signo de debilidad, sino de fortaleza.

Nuestras lágrimas pueden transmitir con mayor elocuencia que mil estrofas juntas tres mensajes: un dolor indecible, un profundo arrepentimiento y un amor inefable.   No obstante, debemos cuidar que si bien nuestras lágrimas pudieran expresar el dolor del corazón, jamás deberán expresar ni la falta de fe ni la falta de esperanza.

Quiero decirte una cosa: La muerte para los cristianos no es algo que nos sucede sino Alguien que sale a nuestro encuentro.

Santa Mónica le dice a su hijo San Agustín, unas palabras que su mismo hijo nos ha compartido en el libro de las Confesiones:

"No llores si me amas, si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo.  Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos. Si pudieras ver los caminos, el horizonte y los senderos por los que ahora atravieso. Si pudieras contemplar como yo, la belleza ante la cual las bellezas languidecen.¡Créeme!, el día en que tu alma vuele hasta este cielo, al cual yo te he precedido. El día en que la muerte venga a desatar los nudos como ha roto los que a mí me encadenaban. Ese día me volverás a ver, y encontrarás en mi corazón tus ternuras aumentadas. Me verás en la transfiguración, en éxtasis, feliz. Ya no esperando la muerte sino avanzando juntos. Pues te llevaré de la mano por senderos nuevos de la luz y de la vida. ¡Enjuga pues tu llanto, y no llores si me amas!".

Santa Mónica, una madre cristiana, le estaba dando a su hijo la última lección sobre la doctrina de Cristo. Le estaba explicando el último artículo de nuestra Fe que profesamos domingo a domingo: "Creo en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro".

Que Dios y María Santísima te bendigan.   Mary y Jaime.

 

 

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