(Extracto de reflexión dominical del padre Rogelio Narváez Martínez)
A Dios no se le puede engañar como se engaña a los hombres: "el hombre mira a las apariencias, pero Dios mira al corazón".
Dios escudriña y sondea el corazón del hombre y desenmascara la mentira. Entrar en relación con Dios es admitir que ante EL SEÑOR el hombre no puede ocultar lo que lleva en su corazón.
Más aún, Dios mismo puede concederle al hombre un corazón nuevo, un corazón puro (Sal 51,12), un corazón que le escuche.
Perdonar al hermano desde lo profundo del corazón, y desde un corazón limpio se podrá ver a Dios.
Nuestro modelo, sin lugar a dudas, será siempre Jesús, Aquel que es manso y humilde de corazón y que puede hacer que nuestro corazón arda mientras nos habla.
El Señor Jesucristo, el día de hoy nos invita a la conversión. Pidámosle a Dios la conversión. Así como el oro se depura, así también nosotros hemos de ser purificados y santificados para poder servir a Dios.
Si tú y yo no amamos al prójimo como Jesús lo ama, ¡necesitamos conversión! Si tú y yo no vemos al prójimo como Jesús lo ve, ¡necesitamos conversión! Si tú y yo no tratamos al prójimo como Jesús lo trataría, ¡necesitamos conversión.
Máxima:
"Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios". San Mateo V, 8.