(Extracto de reflexión dominical del padre Rogelio Narváez Martínez)
"Hablar con el muchacho". John Aspi escribió en su agenda. Se lo había pedido su esposa, preocupada.
Los maestros se quejaban de su hijo: que faltaba a clases, fracasaba una y otra vez en los exámenes, que se mostraba irrespetuoso.
Además, que estaba gastando más dinero del que convenía a un chico de su edad; y aquellas malas compañías que dejaban tanto qué desear, con aquellos amigos que se rumoraba se dedicaban a tomar cosas ajenas...
Pero,... después lo hago, -decía en su interior-... La mujer exagera... ¡así son las mujeres!... Tengo cosas en el trabajo, no debo quedarme atrás, se está acercando una excelente oportunidad de ascenso.
Las juntas de la empresa no esperan. Y,... sí me dan el ascenso ellos serán los primeros beneficiados, estaremos mejor ubicados en lo económico...
Pero, para que ella no se exasperara tomé la agenda y le dije: en la primera oportunidad hablaré con él, esto es para mí sumamente importante, mira lo voy a agendar: "Ha-blar –con- -el- mu-cha-cho-" Ya está, vamos a dormir, mañana será otro día.
Y se fue pasando el tiempo, se pasaron los días, y nunca habló con el muchacho. Y un día el tiempo se vino encima, tan de repente.
Una tarde regresó John Aspi a la casa, con la espalda encorvada por el peso del sufrimiento y la vergüenza, entró en su cuarto y vio sus cosas. Ya no tenía que trabajar, le habían jubilado, mejor dicho le habían echado fuera, un día llegó alguien más joven que él...
Y en su casa, todas las cosas parecían extrañas para él, como extraño había sido siempre su hijo para él. Quizá pudo decir alguna vez que tenía un hijo, pero su hijo no pudo decir jamás que tuvo un padre.
Y su esposa se había ido, mejor dicho, su esposa un día se dio cuenta y aceptó con todo el dolor del corazón de que ella no significaba nada para él
Y ahora la cárcel, la acusación –ya probada- de que su hijo andaba en cosas de drogas y de automóviles robados, y esa terrible fotografía en el periódico, y las conversaciones que cesaban mágicamente cuando llegaba él al círculo de sus amigos.
Sintió de pronto la ausencia del hijo, que ahora llevaba como una herida en la mitad del pecho y en lo más profundo del alma.
Molesto, ahora levantaba los ojos al cielo y le reclamaba a Dios, su desventura...
Él,... que trabajó toda la vida por su familia, que se fatigó a horas y deshoras, que siempre llevó las mejores cosas a su casa, que les ofreció los mejores regalos a sus seres queridos, que se medio mató para que no les faltara nada y, ahora Dios le pagaba de esa manera...
¡Sin duda, aquello era injusto! ¿Por qué a él y no a otro? Pensando en esto se dirigió al baúl de su recámara y se puso a revolver papeles viejos en busca de una fotografía que le diera al menos la imagen de un día pasado en familia, felizmente...
Y no encontró nada. Sólo se topó con la hoja rota de una agenda olvidada, y en ella una inscripción borrosa por el paso de unos años idos y que no habrían de volver:
"Ha-blar –con- -el mu-cha-cho".
Que Dios y María Santísima te bendigan. Mary y Jaime.